Sebastian Kurz, el hombre al que la derecha europea quiere imitar

Al mismo tiempo que la Canciller Ángela Merkel acogía a desplazados sirios y de otros países en Alemania, el austriaco Sebastian Kurz, joven directivo del Partido Popular Austríaco (ÖVP) —integrante, como la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la mandataria alemana, del Partido Popular Europeo— cerraba las fronteras de su país, indiferente ante las acusaciones de falta de altruismo. Insolidario y cómplice del reaccionario mandatario húngaro Viktor Orbán, Kurz entonces era visto como la excepción negativa entre los países más ricos de Europa.

Así se veía a Kurz en el invierno de 2015 y 2016. Pero hoy, un año después de estar en el poder como primer ministro de Austria, Kurz, cuyo partido es uno de los más antiguos de Europa (1945) en el espectro de la ideología conservadora y doctrina democristiana, se ha convertido en una voz influyente para los partidos del frente de centroderecha europeo.

Este pasado otoño, Pablo Casado, el líder del Partido Popular español, se reunió con él en Viena, en un acto altamente promovido a nivel mediático. El francés Laurent Wauquiez, líder del conservador frente de Los Republicanos, también ha expresado posturas similares respecto a su colega austríaco. E incluso dentro la CDU de Merkel hay quienes ven con admiración las estrategias del nuevo Gobierno en el poder en Austria, un populismo mezclado con discursos tradicionalmente más cercanos a la extrema derecha, como la defensa de las fronteras, el nacionalismo y el rechazo frontal a la inmigración.

Barbara Toth, historiadora y biógrafa de Kurz, lo dice sin tapujos. “Lo admiran sobre todo los líderes conservadores de los países europeoscon un contexto social similar al de Austria: ricos, con un buen sistema de bienestar y elevados estándares sociales. Están siguiendo sus planteamientos y lo ven como una posible respuesta para hacer frente a los movimientos de extrema derecha”, opina. “La estrategia es: ¡Si no puedes derrotarlos, imítalos, aunque sea de una manera más educada, democrática y aceptable!”, añade.

Más allá de su alcance a largo plazo, la fórmula ha funcionado. En un año en el poder como Canciller de Austria, Kurz ha subido en las encuestas que miden la satisfacción del electorado austríaco hacia sus líderes. Y, en paralelo —he aquí la sorpresa—, el partido de extrema derecha con el cual el austríaco gobierna en coalición, el Partido Liberal austríaco, el FPÖ, tercero en las generales de finales de 2017, ha bajado. En concreto, de acuerdo con datos recientes, el ÖVP pasó de un 31% a un 35% de los consensos, mientras que FPÖ, que quedó tercero en la contienda electoral de finales de 2017, bajó de un 26% a un 24%. Un resultado achacable a su labor en la presidencia de su partido, del cual tomó las riendas en mayo de 2017, en un momento en el que algunos estudios ponían en evidencia el gran ascenso de la ultraderecha del FPÖ, un aliado del Frente Nacional francés.

En paralelo, también la economía sigue viento en popa. Según el último informe de la Comisión Europea, se ha estimado que la economía austríaca creció un 2,7% en 2018, mientras que la tasa de desempleo bajó al 4,8%, un 0,7% menos que el año anterior. Y, pese a la desaceleración del crecimiento europeo, la previsión para 2019, aunque menos positiva, situará el avance del PIB del país en un 1,6%, por encima del promedio de los países de la Unión.

Simpatizantes del Partido de la Libertad (FPÖ) durante un acto de campaña en Viena, el 1 de septiembre de 2017. (Reuters)

Los errores de la izquierda

Sentado en un pabellón a poca distancia de la estación de trenes y autobuses de Südtiroler platz, en el centro de Viena, el filántropo André Heller, cofundador de Act.Now, una plataforma austríaca que nació en 2016 para conectar a políticos e intelectuales que promueven modelos de sociedades más inclusivos y equitativos, encuentra en el éxito de Kurz y su alianza con la ultraderecha también la crisis de la izquierda austríaca. Que no ha acabado.

“Hay que ser bastante ingenuos para no asumir que Kurz es un político muy talentoso y que tenemos que prepararnos para que gobierne por mucho tiempo”, dice Heller. “El corazón de la gente se ha congelado. Hay una gran ausencia de empatía hacia el otro. Pero esto también es culpa del centroizquierda. Durante años estuvieron en el poder, y por tanto también a cargo del sistema de educación austríaco, y no han sabido transmitir los valores fundacionales de la Unión Europea, hacer sentir a las personas seguras, educarlas en el encuentro con otras personas de otras culturas”, reflexiona, al margen de la reunión anual de su organización en Viena.

Más aún, según Heller, el Partido Socialdemócrata (SPÖ) austríaco también ha cometido grandes errores de cálculo político. “Los progresistas tuvieron varias oportunidades de aliarse con el ÖVP, pero las desperdiciaron todas. Christian Kern [antiguo Canciller de Austria y expresidente del SPÖ] nunca se llevó bien con Kurz. Eso perjudicó las posibilidades de lograr un acuerdo entre progresistas y democristianos. Así el ÖVP finalmente se inclinó hacia los extremistas del FPÖ. No vieron otra alternativa para llegar al poder”, afirma.

“No soy muy optimista sobre los próximos años. Los populistas y la extrema derecha están ganando terreno en toda la región”, confiesa también Jürgen Czernohorszky, concejal responsable de Educación e Integración del ayuntamiento de Viena, que gobierna una coalición de ecologistas y progresistas. “Tenemos culpas. Pero seguro no hay que dejar de tener en cuenta que una enorme parte de los centristas han apoyado una alianza con la extrema derecha. En otros países, eso sería impensable”, agrega Czernohorszky.

Son ellos, progresistas y ecologistas, los que han quedado heridos de gravedad, tras las últimas elecciones generales. El progresista SPÖ está hoy en manos de Pamela Rendi-Wagner, una líder que —según algunos observadores— no termina de convencer, mientras que el Partido Verde se ha escindido en dos formaciones, una de las cuales ni siquiera entró en el Parlamento.

La líder del SPÖ Pamela Rendi-Wagner en 2017. (Reuters)

Normalizar la extrema derecha

Conseguir el poder gracias a la extrema derecha, sin embargo, ha dejado sus secuelas en la política austríaca, avisa Toth, la escritora. “La alianza ha implicado adoptar un discurso extremista que tiene hoy consenso, como si fuera la normalidad en nuestros sistemas políticos”, afirma. Y, a renglón seguido, la experta advierte: “Es posible que la extrema derecha sea debilitada por un tiempo pero no hay que olvidar, como nos recuerda la historia de este país, que el FPÖ es parte de la política austríaca desde [su fundación en] la década de 1950”.

Con esto como punto de partida, ya en su primer año en el poder, el precio más alto lo han pagado los inmigrantes. Kurz ha permitido que el FPÖ llevara adelante su agenda antiinmigrantes. Así, además de cerrar mezquitas y prohibir el velo islámico en las escuelas públicas, también se han disminuido los fondos destinados a la integración de extranjeros, se dificultó los procedimientos para solicitar el asilo y se han promovido las expulsiones en todo el país. Más aún, Heinz Christian Strache, el líder de FPÖ y vice-Canciller de Austria, ordenó en noviembre pasado una investigación sobre centenares de austríacos de origen turco acusados de mantener la ciudadanía turca, a la vez de que también hubo dudosas campañas que pusieron el acento sobre algunos ataques sexuales supuestamente cometidos por migrantes.

“Uno de los problemas fundamentales es que Kurz está cruzando líneas rojas que antes se pensaba que eran avances democráticos imposibles de poner de nuevo en discusión. Un ejemplo está en la normalización del discurso xenófobo. Lo que antes generaba un rechazo generalizado de la sociedad, hoy es visto como la normalidad”, clama Helga Konrad, política y analista especializada en trata de seres humanos.

Más inquietantes aún han sido algunas inspecciones policiales en marzo de 2018, reveladas por la prensa austríaca, en las oficinas de la agencia de inteligencia BVT por orden del ministro de Interior y miembro del FPÖ, Herbert Kickl. Algo que le valió a Kickl de ser acusado públicamente de abuso de poder, puesto que el rol de esa institución es también investigar sobre grupos de extrema derecha, crímenes ligados al racismo y posibles intentos de injerencia de Rusia.

El presidente ruso Vladímir Putin, por su parte, tampoco ha escondido su cercanía con algunos integrantes del actual gobierno de Austria. En agosto pasado, por ejemplo, se hizo fotografiar mientras atendía el matrimonio de Karin Kneissel, la actual ministra de Asuntos Exteriores y también una integrante del FPÖ. Otros, en cambio, han acusado al actual Gobierno austríaco de intentar coaccionar a la prensa independiente e incluso de crear listas de periodistas ‘enemigos’ a los que no facilitan información y dan entrevistas.

Un cartel indicando la dirección al Centro Islámico de Viena. (Reuters)

Criticar, no matar, a la UE

Pero Kurz ha calado. Poco importó que irritara a la UE cuando, por ejemplo, Austria se convirtió en octubre —sin mucha explicación— en el segundo país tras Hungría (luego se sumaron otros, como Italia) en rechazar la firma del Pacto Mundial sobre Migraciones, un acuerdo promovido por las Naciones Unidas y no vinculante para los Estados firmatarios. O que haya pedido mayores políticas regionales, que se distancian de la idea de una mayor integración europea que promueven algunos de sus vecinos fuertes, como Merkel.

El primer ministro austríaco ha establecido una conexión con sus electores, eso sí, sin cuestionar la existencia misma del club europeo. Él se dice un europeísta. Tanto que, en noviembre, no le tembló la mano cuando tuvo que criticar a la Italia del (también ultraderechista) Matteo Salvini, cuando el Gobierno transalpino quiso saltarse las reglas presupuestarias de la Unión.

Circunstancia que refleja, dicen los observadores, que en sus acuerdos con la ultraderecha austríaca, el joven líder también les ha impuesto que no se ponga en discusión la permanencia de Austria en la UE y en la Eurozona. Temas por los que sentía simpatía el FPÖ y que ahora han desaparecido del debate público en Austria. Así como Kurz también festejó —con amplias e inequívocas declaraciones públicas— la detención en noviembre de un coronel del Ejército de Austria acusado de haber espiado para los servicios secretos de Rusia durante veinte años.

No falló. Pocos, con contundencia y determinación, se le han opuesto hasta la fecha. A diferencia de la época de Jörg Haider —quien en las elecciones de 1999 había quedado segundo y llegó al Gobierno con Wolfgang Schüssel (2000-2007)—, cuando las protestas contra un Gobierno integrado por el FPÖ en Austria fueron bastante más explosivas. Eso sí: por ahora.

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